A esta hora…
Río
Con risa estridente:
Río
sumerjo la memoria
en sus aguas
para volver, otra.
Río,
padre del árbol perseguido.
Lloro bajo su sombra
tallo en su corteza
la flecha envenenada.
Río que suena
arrastra lapidada la entereza
naufraga en su cauce la aflicción.
Desborda la vida,
colinda la muerte,
certero paso a las sombras.
¡Ah de este río!
Por más que la busca
no encuentra la mar.
Cuarenta y tres años
(10 de octubre de 2013)
Una mujer de cuarenta y tres años
asume, no sin alterarse,
la temprana decrepitud de su cuerpo
las visitas constantes al médico
la laguna de dudas en su expediente
la sangre en los tubos de ensayo
la incipiente artritis en su rodilla izquierda
las resonancias magnéticas
que devuelven un hígado en aumento.
La rigidez en la espalda
se la debe a las iras, las renuncias,
a las insatisfacciones, a las misas
y al eterno sermón
del pecado y el castigo.
En ocasiones se descubre
al borde de una crisis,
al ras de la locura.
Le provoca una sonrisa
el olor a tierra mojada,
más de una vez al año
la paralizan los miedos.
Sospecha de la gente que
se presta para todo, de los que pretenden
quedar bien con dios y con el diablo,
de las carcajadas forzadas e histéricas;
no lleva reloj, no tiene más prisas,
detesta lo doméstico,
la compra en el supermercado,
no sabe cuadrar chequeras,
amontona correspondencia
sin abrir en todas las gavetas,
ha desarrollado todo tipo de alergias,
les teme a las muestras excesivas de afecto.
Una mujer de cuarenta y tres años,
orilla, barranco, caída;
harta de los mismos malestares,
de escuchar la misma queja
con sus respectivos gestos,
reitero, de la temprana decrepitud de su cuerpo,
de la frondosidad de otros cuerpos,
de sus señas personales, de la insistencia
del crepúsculo y el alba,
de los días frescos y azules.
Una mujer de cuarenta y tres años
vive con la puerta enteramente abierta,
porque una palabra no le basta,
porque aún se sabe digna
de que entren en su casa.
A esta hora…
…una mujer
se aferra a la memoria,
se mece lentamente en
los versos que ha tejido
¿tal vez de madrugada?
Una mujer se dibuja en mis manos
me recuerda que aún hay sitio para el asombro.
Y tiembla la letra empeñada en contenerla,
y tiemblo y contengo mi empeño en deletrearla.
Una mujer atraviesa
las ciudades en mi pecho
susurra árbol, raíz, flor,
dice mis ojos deslumbrados
escribe el canto de un pájaro
temido y temeroso.
Una mujer pone el dedo en mi tormenta,
se repite en los espejos aún velados,
camina descalza sobre mis cuchillos,
sobre la herrumbre que dejaron otros labios,
sobre la hierba sedienta para siempre,
sobre el filo que ofrece esta ordalía.
Una mujer océano
una mujer camino
una mujer colmena
ha vuelto mis días
agridulces madrugadas.
Perdón…
(A mi madre)
…por el cardumen de ojos en mi espalda
que te observa en cada despedida.
Por los retazos hilvanados de presencia
que mitigan ansiedades en tus manos.
Por mi vida colgando en tus paredes
que me vuelve tu distancia más querida.
Por la jauría de ausencia entre nosotras
que nos devora desde entonces: muy temprano.
El misterio de su muerte
Murió aquel día
de cuerpo entero
le diste muerte con dos sílabas,
murió en tu cama y en el sofá.
Murió de espaldas a tu dolor,
al insomnio de tus labios,
a la palabra tibia
insoslayable salvadora,
a tus miedos de espíritu gregario.
Murió a sabiendas de que viviría
en los objetos, en los estantes,
en el espacio que se rehúsa
a ser huérfano de padre,
en las paredes de blanco hueso
donde obstinado se resiste,
en la luz tenue que chorrean tus lámparas,
en la mesa paridora de silencios,
en su económico abecedario
donde te buscas y te posee.