La luz empuña la tarde
(8 Poemas del libro inédito Cardos)
La figura
es mitad ángel
y mitad demonio.
Al halar una cuerda,
se despega
de un brinco.
Mitad marioneta
y mitad piñata
de fiesta.
Sobre un pie,
el ángel vuela,
el demonio cuelga.
Sube, y ya a un metro,
con el sabor a nubes,
y el olor a pastel de gloria…
vienen los palos.
Las espigas
amarillas
cosquillean
al viento.
Las siento
quebrantarse
sobre la llegada
de la noche.
Todo el peso
de vivir,
de seguir
luchando,
solo para cerrar
la brecha
en el respiro.
Crecer es abrir,
hervir y verter,
solo para forjar
un anillo de sangre.
El bichofué que rige en las ramas,
sube hasta llegar a la más alta.
Esa nube de chasquidos y gritos,
se posa, suelta su llamado tosco,
y retuerce su corona rayada.
Ha llegado el rey de los ladrones.
Un cascabel que enhebra el aire,
deja su estela de cacareos,
de graznidos y castañeos al sol,
mientras abanica las hojas verdes.
Tibio y viejo, emprendí mi vuelo.
Así el aire me hizo pedazos.
Con solo mi cartílago y nervios,
Caí, un nudo de plumas y ansias.
Pagué caro por mi pesadez.
Amanece, y otra persona buena
ha desaparecido,
Día tras día, familia tras familia,
mes tras mes.
Ha llegado el rapto.
¿Será reconfortante para quienes
llaman limpieza a su trabajo sucio,
que al final de cuentas sirvieron
como instrumento divino?
Eso, seamos claros, no salvará
a nadie de nada.
La luz empuña la tarde.
Alguien da el paso que sigue
sin saber por qué persiste.
Todos los tallos
se alcanzan
en un nudo de estrellas.
La familia duerme
su primera noche
sobre un tapete
de flores amarillas.
La sepa, sin raíz,
se tiñe de sangre.
El pétalo de jarilla
solo ilumina un par
de días a fin de año.
Que no las vemos,
no quiere decir
que no hay venas
que nos unen.
Narciso Disgustado
Dolor que emana desde su mirada,
florece en un revoltijo de alas.
El abrazo que arrebató el calor
con un aire de confianza, le da asco.
Su rostro es opacado por reflejos,
por mordiscos que marchitan el recuerdo.
Luego la imagen abre, la luz brota.
Magnolia, tan radiante, tan fugaz.
Somos como los perros.
Nos alejamos de los demás
para morir solos. Dejamos nuestros
asuntos, nuestros deberes, en orden,
hasta donde sea posible.
De eso no se habla. Es mejor
aguantarse las semanas solo,
o los días que se demore, para que
el alma gire hacia el silencio.
Uno sí se contempla. La música
más bella, el cigarrillo negado.
Como si uno fuera un niño
aterrorizado por el filo de la oscuridad,
y al mismo tiempo tuviera
la buena suerte de estar
encerrado en una tienda de dulce
El tufo agudo de la ciudad
cuando el sol espinoso punza,
y ella, fruta ya fermentada, exhala
lo sudado, aplastado y dulce.
El calor es invisible, pero ahí está.
El niño recuesta su cabeza,
peluda como pepa de mango,
sobre una papayuela al lado de la bocina
en la carreta aún repleta.
Pitos hidráulicos y zancudos
orbitan las almas haciendo fila
para llegar a las afueras
antes que anochezca.