Sylvia Plath. Un regalo de cumpleaños

Compartimos un Texto clave de la mítica poeta estadounidense en la traducción al español de Sandra Toro.

 

 

Sylvia Plath

 

Un regalo de cumpleaños

¿Qué es eso detrás de ese velo? ¿es feo?, ¿es hermoso?
¿Brilla, tiene pechos, tiene filos?

Estoy segura de que es único, estoy segura de que es lo que quiero.
Cuando estoy cocinando, callada, siento que me mira y piensa:

“¿Esta es ante la que tengo que aparecer?
¿Esta es la elegida, la de las ojeras negras y la cicatriz?

La que pesa la harina y elimina el sobrante
ateniéndose a las reglas, las reglas, las reglas.

¿Esta es la de la anunciación?
¡Dios mío, qué risa!”

Pero no para de brillar, creo que me quiere.
No me importaría si fueran huesos o un broche de perlas.

Igual, este año no pretendo demasiado de un regalo.
Después de todo, si estoy viva es por casualidad.

Me hubiera matado con gusto la otra vez de una forma o de otra.
Ahora están estos velos, que resplandecen como cortinas,

Las sedas diáfanas de una ventana en enero
blancas como sábanas de bebé y destellando con el aliento de los muertos ¡Oh, marfil!

Ahí debe haber un colmillo, una columna fantasma.
¿No ves que no me importa lo que sea?

¿No me lo vas a dar?
No tengas vergüenza —a mí no me importa si es chiquito.

No seas malo, estoy preparada para la enormidad.
Sentémonos, uno de cada lado, a admirar su destello,

su barniz, su variedad espejeante.
Comamos nuestra última cena en él, como en un plato de hospital.

Yo sé por qué no vas a dármelo,
estás aterrorizado

El mundo va estallar en un alarido, y con él tu cabeza
repujada en bronce, un escudo antiguo,

una maravilla para tus bisnietos.
No te asustes, no es tan así.

Solamente voy a agarrarlo y a quedarme a un costado en silencio.
Ni siquiera me vas a oír abrirlo, ni un crujido del papel,

ni una cinta al caerse, ni un grito al final.
No creo que me reconozcas tanta discreción.

Si hubieras sabido cómo los velos estaban asesinándome los días.
Para vos son nada más que transparencias, aire puro.

Pero, por Dios, las nubes son como algodón.
Ejércitos de nubes. Son monóxido de carbono.

Dulce, dulcemente inspiro,
llenándome las venas de invisibles, del millón

de motas probables que fastidian los años de mi vida.
Te vestiste de plata para la ocasión. Oh, máquina de sumar—

¿Para vos es imposible dejar que algo se vaya, y que se vaya entero?
¿Tenés que estampar todo de violeta?

¿Tenés que matar todo lo que podés?
Una cosa quiero hoy, y solamente vos podés dármela.

Está delante de mi ventana, grande como el cielo.
Respira desde mis sábanas, el punto muerto y frío

donde las vidas separadas se congelan y endurecen hasta hacerse historia.
No lo dejes venir por correo, de mano en mano.

No lo dejes llegar de boca en boca, o para cuando terminen de entregármelo
voy a tener sesenta años y voy a estar demasiado entumecida para usarlo.

Nada más dejá caer el velo, el velo, el velo.
Si fuera la muerte

admiraría su gravedad tan honda, sus ojos sin tiempo.
Sabría que fuiste serio.

Entonces habría cierta nobleza, habría un cumpleaños.
Y el cuchillo no tallaría sino que penetraría

limpio y puro como el llanto de un bebé,
y el universo fluiría de mi costado.