aquello que perdura, que resiste
trocar lo ambiguo de la realidad dentro del misterio
como si fuera un aljibe repleto de lluvia
apenas queda un reflejo de voz
un espejismo incandescente, una estela
la paridad como una ofrenda
a la sombra de la redondeada copa de un árbol
o de la luna
protagonista de un yo
que de tan íntimo se parte
ardiente entre los escalofríos
solo queda la escarcha esmeralda
y un simulacro de primavera
tan lejos ahora
deshecho entre la húmeda mata
el final del arco iris
se posa detrás de vos
y embalsama los espejos marinos
transparentes de carey
que la tormenta escandaliza
la tierra es tierna en su detalle
en cada recoveco donde se apoya
el peso del cuerpo
de mandarinas horneadas está hecho el sol
y su zumo nos embriaga en la mañana
lo onírico al final
un cascabeleo de flores en el sueño
como el ruido suave de las olas
que chocan entre sí, apelmazándose
unas sobre otras
un compás, un pliegue
un trotar contiguo
sí, parece que todo el tiempo
el porvenir se nos asegura
al lamer con la lengua fría el invierno líquido
las ágiles estampas que lleva consigo la tristeza
casi como hacer rodar una piedra cuesta abajo
hasta perderla o simplemente patearla todo el camino
de vuelta a casa
un alboroto de ruidos metálicos a media voz
hasta detenernos en la inocencia imaginaria del recuerdo
y ahí, el desmayo dulce de la tarde sobre nosotros
sí, parece que todo el tiempo se develará el misterio
y se interrumpirán las preguntas de la ensoñación
oigo en el rumor de tu voz los matices que rompen
la melancolía que cargo a cuestas
cada pueblo siempre tiene
su propia huella en el mapamundi
un santo y seña en la conversación
ese arroyo casi de lana
las sanguijuelas en el pasto
la brisa que contagia olor a trigo
a malta, la pradera
las uvas rotas, mordidas por los perros
al costado del camino
se multiplican con el sol
paseos que entre el polvo de la tierra
son el incendio de la tarde
el dibujo de ellos mismos en las sombras
y después, las chanchos elegantes entre las margaritas
formando un horizonte infinito, rosa, un ocaso
aquello que perdura, que resiste
la desolación del sol avasallando el cotidiano
sin importar el retraso, día tras día
se repite como un búmeran la secuencia
la parte tierna de las cosas
las cáscaras que caen con los primeros rayos
cegándonos los ojos
el significado y el significante de la idea vaga de algo
que ahora encuentra su razón
un recuerdo filtrado que se desprende
un propio avistaje donde amedrentar
el vértigo de épocas doradas
ciénagas de selva
interceptan mi noche
se apoderan del caos
antes que el destino
danzan entre el musgo
que me apelmaza el sueño
se enredan entre las malezas
siembran el mar con una especie de alpiste
para que por la mañana los cormoranes se posen ahí
haciendo un camino ondular de margaritas
para que cuando se sequen
las pueda deshojar la posibilidad
rondas, noche tras noche
construyen mi nudo nido
en acantilados o bosques
buscan el agua dulce
que tarda en llegar
o la orilla donde convertirme en un cisne
o en un jacinto de agua para poder flotar
costa adentro
un cuerpo muelle
un hemisferio
quizás sea un estanque mi mar abierto, no lo sé
la sensación del agua es siempre la misma
hay un río cerca, lo descifro
en la vegetación que me abunda
las ciénagas me envuelven en su canto
escucho que me hablan
son como cuervos marinos de voces fieles
hacen eco de la imagen en mi interior
como espejitos rojos titilando, como rubíes de mi yo
no sé en qué fragmento de mi velocidad hay un estuario
pero lo encuentro siempre a deshoras en el sueño
como una especie de paraíso que tarda en llegar
(de el hemisferio del lado en que quedamos. Baltasara, 2018)