A millas de distancia
(Traducción al español de Juan José Vélez Otero)
CORRESPONDENCIA
Cuando vengas el jueves tráeme una carta. Él y yo
hablamos como los pájaros disecados, como las tazas. Carecemos
del lenguaje que tienen los cuerpos vivos. Mi marido estará aquí.
Te preguntaré por tu esposa mientras le remuevo el té
con una cucharilla; no temblará mi mano.
Dame la carta cuando me des el sombrero. Di
que hace frío. Me arde la piel cuando te miro.
Comentamos cosas banales, chismorreos. Hice este pastel
para ti. Palabras sin sentido que flotan
como el humo de su pipa. Bajo el vestido mis pechos
se hinchan ansiando tus labios, mi vientre se agita pidiendo
que lo calmen tus manos oscuras. Esta vida secreta se parece
a Gulliver inmovilizado por frágiles cuerdas. Sufro. Después
tu carta arde en el fuego y desaparece.
Amada mía, imagina que estoy contigo… Leo
tus palabras a oscuras y me hago cosas
que solo tú puedes imaginar. Apenas me reconozco.
Tu tierno y blanco cuerpo entre mis brazos... Cuando te vas
besas mi mano, haces una reverencia, toda la pasión
resignadamente contenida. A sus pies, señora. Y escribes
atroces frases de amor. Se me enturbian las palabras cuando lloro.
La próxima vez que nos veamos, en la sala o en el jardín,
y nos pasemos cautelosamente las cartas procurando
que no nos delaten nuestras miradas, piensa en mí, aquí,
en mi lecho de casada, una hora después de haberte ido.
He repetido tu nombre una y otra vez en mi cabeza
hasta que apareció tu imagen. He besado
tu amado nombre en el papel, de rodillas, junto al fuego.
CALENTANDO SUS PERLAS
Sus perlas tocan mi piel. Mi señora
me dice que me las ponga, que las caliente hasta la noche
cuando le cepillo el pelo. A la seis las coloco
en su cuello blanco y lozano. Pienso en ella todo el día
mientras reposa en la habitación amarilla, rodeada de seda
y tafetán, ¿qué traje se pondrá esta noche? Se abanica
mientras hago mi trabajo complaciente, mi calor poco a poco
se adentra en cada perla. Su holgado lazo rodeándome el cuello.
Es hermosa. Sueño con ella
en mi cama de arriba, me la imagino bailando
con hombres altos turbados por mi tímido y persistente
aroma mezclado con su perfume francés entre las piedras blancas.
Le cepillo los hombros con delicadeza,
veo el fino rubor que se filtra por su piel
como un vago suspiro. En su espejo
mis labios rojos se abren como queriendo hablar.
Está llena la luna. Su coche la trae a casa. La tengo
todo el tiempo en la cabeza. La imagino desnudándose,
quitándose las alhajas, veo su mano suave alcanzando
el joyero; la veo meterse en la cama, desnuda,
como siempre hace… Y yo aquí, tendida y despierta,
sabiendo que las perlas ya se enfrían
en la habitación donde mi señora duerme. Las echo
de menos toda la noche. Y ardo.
A MILLAS DE DISTANCIA
Te deseo y no estás. Me encuentro
en este jardín respirando el color que tienen las ideas
antes de convertirse en palabras quietas en el aire. Tu nombre
es un espíritu pálido que repito respirando
una y otra vez, pero no estás conmigo. Esta noche
te pienso, te imagino, recuerdo tus movimiento mejor
que las palabras que ahora te hago repetir.
Dondequiera que estés, en mi mente me atas
con la mirada; aquí, conmigo, mientras la luz fría de la tarde
se diluye en la tierra. No tengo muy clara la imagen de tu boca,
pero aún sonríe. Te aprieto más fuerte, a kilómetros de distancia,
inventándome el amor hasta que el canto de la aves nocturnas
me interrumpe y convierte en recuerdos lo que iba
a ocurrir. Las estrellas nos filman, pero no nos vemos.
LA QUE TE AMA
Me preocupa que viajes en esas máquinas místicas.
Todos los días hay gente que cae desde las nubes y se mata.
Respira tranquilamente, respira.
Sana y salva, en casa.
Tu foto en el frigorífico. Sonríe cuando se enciende la luz.
Continuamente arden gentes en las plazas públicas.
Descansa bajo la dulce sombra de los árboles frescos.
Sana y salva, en casa.
No te tiendas en la arena bajo el agujero del cielo.
Tanta gente hecha jirones.
Mándame tu voz desde la otra parte del océano.
Sana y salva, en casa.
Los hombres sin amor y los niños sin techo están todos ahí, indignados.
Todas las noches se matan gentes.
Camina por la luz, no te pares, ven deprisa hacia mí.
Sana y salva, en casa. (¿Quién te va a querer más?)
Sana y salva, en casa.
NOVIAS
Aquella noche calurosa de septiembre en una cama pequeña,
desnudas, y en nuestros frágiles cuerpos el sudor
se enfriaba y volvía a aparecer. Extendí los brazos
y tú me cogiste los pechos y me besaste. Noche de ámbar.
Nuestras camisas por el suelo donde te hincaste de rodillas
para poner con ansias tu cabeza en mi vientre,
tu boca en el oro rojizo, en la rosada umbría; no era consciente
de esto en aquel momento, pero sí de que mi espalda
se arqueaba y de que sacaba agua, apretando los puños,
del aire sofocante. También recuerdo con claridad oír
a lo lejos una sirena en alguna calle lejana
—u-uuh, u-uuh, u-uuh, u-uuh— que se mezclaba con mis propios
chillidos sin control, y aún así pude abrir los ojos
para ver mis dedos contándose, confundidos en un baile.
-Carol Ann Duffy
Poemas de amor
Traducción al español de Juan José Vélez Otero
Valparaíso ediciones
España, 2018
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