Katherine Mansfield

Flores secretas

 

 (Traducción al español de Sandra Toro)

 

Soledad

Ahora es Soledad, en vez de Sueño, la que
viene de noche a sentarse a mi lado en la cama.
Como una nena cansada me acuesto a esperar sus pasos,
la veo cómo sopla suavemente la vela y se sienta
inmóvil, ni muy a la izquierda ni muy a la derecha.
Se da vuelta y, exhausta, exhausta, cabecea.
Ella también está vieja, ella también supo dar pelea.
Por eso va coronada de laureles.

En la oscuridad triste, la marea baja lenta
a dar, insatisfecha, contra una costa estéril.
Sopla un viento extraño… después, silencio. Me conformo
con acercarme a Soledad, darle la mano,
aferrarme a ella y esperar, hasta que la tierra estéril
se colme de la atroz monotonía de la lluvia.

 

 

La tormenta

Corrí al bosque a buscar un refugio,
sin aliento, casi llorando,
puse los brazos alrededor de un árbol
apoyé la cabeza en la corteza áspera
y le dije “protegeme, soy una niña perdida”.
Y el árbol me roció la cara y el pelo con gotas de plata.
De los confines de la tierra se alzó un viento
que azotó al bosque,
una ola enorme y verde tronó y estalló sobre mi cabeza.
Supliqué, imploré: “¡cuidame, por favor!”
El viento me arrancó la capa y la lluvia me golpeó.
Pequeños ríos rasgaron el suelo anegando los arbustos.
La tierra cayó presa de un frenesí: parecía que se ahogaba
burbujeando en una cueva del espacio. Y solamente yo—
más ínfima que la más ínfima mosca— estaba viva y aterrada.
Después, por qué razón lo ignoro, me sentí triunfal.
Está bien, matame —grité, y corrí a la intemperie.
Y la tormenta terminó: el sol extendió sus alas<
y flotó, sereno, en el lago plateado del cielo.
Me toqué el rostro: enrojecido
y los árboles se balancearon al unísono y, delicadamente, rieron.

 

 

El pájaro herido

En la cama amplia
bajo la cobija verde bordada con hojas y flores
siempre en suave movimiento
ella es como un pájaro herido que flota en un estanque.
El cazador lanzó su dardo
y le dio en el pecho.
Le dio, pero no la mató.

¡Levántenme — levántenme, oh, alas mías,
no estoy herida de muerte!
Abajo seguía quieta.
La buena gente se acercó con canastas al borde del estanque
“¡Lo que el pobre pájaro quiere es que le den bien de comer!”
Las bolsas y bolsillos, a reventar
con cáscaras y sobras del almuerzo de los criados.
¡Oh, tan contentos de poder ayudar!
“En el pasado, tú sabes tú sabes, siempre volaste tan alto.
Bajabas tan poco a las cornisas, tan rara vez
compartías las migas deliciosas que te arrojaban al patio.
Aquí hay un fragmento delicado y aquí un poquito más
como nuevo. Y aquí, un bocado que da gusto
y torta y pan y pan y pan y pan”
De noche — en la cama amplia
con las hojas y las flores
ondulando suavemente en la oscuridad
ella es como un pájaro herido que flota en un estanque.
Tímida, tímida, levanta la cabeza entre las alas.
En el cielo, dos estrellas
flotan — brillan—
¡Oh, agua, no me cubras!
¡Podría mirar y mirar esas estrellas hermosas!
Levántenme — levántenme, oh, alas mías
no estoy herida de muerte…

 

 

Malade

El hombre de la habitación de al lado
padece mi mismo mal.
De noche, cuando me despierto, lo oigo dar vueltas.
Después él tose.
Y toso yo.
Se hace un silencio, y toso. Y él vuelve a toser.
Así, un rato largo.
Hasta que siento que somos como dos gallos
llamándose en un falso amanecer.
Desde granjas distantes y escondidas.

 

 

Mariposas

En el fondo de nuestros platos de avena
había, pintada, una mariposa azul
y todas las mañanas jugábamos a ver quién la alcanzaba primero.
Después la abuela decía: “No se coman a la pobre mariposa”.
Y eso nos hacía reír.
Lo decía siempre, y siempre nos hacía reír.
Era como una bromita tierna.
Yo estaba segura de que un buen día
la mariposa iba a salir volando del plato,
con la risita más diminuta del mundo,
y a posarse en el regazo de la abuela.

 

 

El encuentro

Empezamos a hablar,
nos miramos, después nos alejamos.
Las lágrimas seguían subiéndome a los ojos.
Pero no pude llorar.
Quise darte la mano
pero mi mano temblaba.
Seguías contando los días que
faltaban para volvernos a encontrar.
Aunque en el corazón las dos sentíamos
que nos estábamos separando para siempre.
El tictac del relojito llenaba el cuarto en silencio.
Escuchá —te dije— se oye tan alto
como el galope de un caballo en un camino solitario,
tan alto como un caballo que cruza la noche al galope.
Me hiciste callar en tus brazos.
Y el sonido del reloj sofocó nuestros latidos.
No puedo irme —dijiste— todo lo que vive en mí
está acá para siempre.
Después te fuiste.
El mundo cambió. El sonido del reloj fue esfumándose,
menguando, se convirtió en algo nimio.
Yo susurré en la oscuridad “Si para, voy a morirme”.

 

 

Flores secretas

¿Para mí el amor es una luz? ¿Una luz constante,
un lámpara  bajo cuya aureola pálida sueño
con viejos libros de amor? ¿O es un fanal,
un fulgor que me llega de lejos
desde una montaña oscura? ¿Es una estrella mi amor?
¡Ah allá arriba, tan alto, tan brillante y tan fría!
El fuego baila. ¿Es mi amor un fuego que
salta del crepúsculo, embarrado y audaz?
No, le tendría miedo, soy demasiado fría
para un amor así de rápido y hambriento. Hay un resplandor
de oro en los pétalos de esta flor, cuando se cierran,
que es más genuinamente mío, más parecido a mi deseo.
Los pétalos de la flor se cierran. El sol los olvida.
Crecen en un bosque sombrío
donde los árboles negros se mecen oscuramente
de acá para allá. ¿Quién va a mirar cómo brillan
cuando haya soñado mi sueño? Ah, mi querido,
andá a buscarlos, recogelos uno por uno para mí.

 

 

La brecha

Una brecha de silencio nos separa
yo estoy de un lado y vos del otro
no puedo verte ni oírte —pero sé que estás—
siempre te llamo con un nombre infantil
y simulo que el eco de mi grito es tu voz.
Cómo podemos cruzar la brecha —con una palabra o una caricia, nunca.
Una vez pensé que íbamos a llenarla con nuestras lágrimas
ahora la quiero devastar con nuestra risa.

 

Katherine Mansfield (Nueva Zelanda, 1888- Francia, 1923). Seudónimo de Kathleen Beauchamp. Destacada escritora modernista. A pesar de ser contemporánea de aut ... LEER MÁS DEL AUTOR