Rebeca Becerra

Sola a la mesa

 

 

 

Sola a la mesa

No me gusta
sentarme sola a la mesa
no encuentro palabras para los cuchillos
si le digo al mantel que está elegante
miento:
no tengo manteles bonitos.
Soy materia entre materia
y aún no me acostumbro,
me da pena sentarme sobre una silla
saludar con ojos al tiempo,
cuando ya se ha marchado
o caminar despacio por las calles
dejando a mis espaldas
el vaho silencioso de los perros.
Lentamente cruzo a través de este tiempo
ocupando espacios que tal vez
no me pertenecen,
arrebatando días que esperan sentados
en el umbral de una puerta,
acumulando de esta tierra
el polvo que se levanta sobre las cabezas.
Todo esto es una fiesta
donde no he sido invitada.
Un ir y venir de soledades
donde el címbalo de mi cuerpo
golpea con su eco
este mar infinito.

 

 

El trato que hicimos

El trato que hicimos, viejo,
fue que vinieras a visitarnos
y no te quedaras disfrutando de la muerte.
Que buscaras a los demás,
y vinieras con el esqueleto de las hojas,
dormido en los azahares del limonero,
fresco en la flor de los duraznos,
a suspirar en mis oídos, tu palabra silenciosa.
A esta hora debes estar charlando de nosotros,
presintiendo que poco a poco nos vamos ir juntando
uno detrás del otro,
como una piedra detrás de otra piedra;
—piedra sobre piedra—,
como se juntan las hojas del árbol
cuando llueve de repente.
Qué necio eres,
hasta en la muerte hay que regañarte,
¿por qué no vuelves a casa?

 

 

Hoy vuelvo

No es que haya dejado los caminos,
he estado bajo la sombra doméstica
contemplando el crepúsculo
reflejado en los vasos.

Hoy vuelvo,
huyo del polvo de las cosas;
me alejo del cuchillo
que dividió la vida.

No son para mí
las puestas de sol sobre la ventana,
la sombra perenne del techo,
las vacaciones en la bañera,
las tertulias televisivas,
el amor diariamente repartido.

Voy a encontrarme
en los recuerdos que esconden
las viejas casas de la ciudad.
En el polvo que enreda
entre golpes la historia.

 

 

Apenas escribo

1

Un cuarto vacío,
lleno apenas:
Dos camas unidas,
una silla de carreto dormida en su forma.

Un gato sobre el planchador
dormido en su mundo,
una plancha que parece otro gato blanco,
un televisor apagado
hace apenas unas horas,
películas apiladas asfixiadas,
almohadas que absorben mis bostezos.

Cortinas que caen derramando
flores sobre el piso de granito,
cobijas que simulan enormes montañas
y una que otra extraviada hormiga
que se atreve a desafiarlas.

 

2

Un cuarto vacío,
lleno apenas:
Paraguas que cuelgan lejos del agua,
un armario de madera de pino
que hace juego con la silla de carreto,
que hace juego con la esquinera de pino,
a su vez hacen juego
con el marco de la ventana
con vidrios elaborados
con arena de mar.

 

3

Un cuarto vacío,
lleno apenas de mí misma.

 

 

El hombre diminuto

había un hombre que era una casa diminuta,
habitaba el centro mismo del espacio,
al cortarse el pelo y las uñas
se cortaba también el tiempo.

Su corazón caminaba
en el hueco del universo,
crecían raíces de espuma en sus dedos,
caía lluvia de su frente.

No cabía más que un día en sí mismo,
un día derramado en sangre,
una noche de cenizas muertas.

Era un hombre que era una ciudad pequeña.
Se escondía en los puntos precisos de los vértices.
Yo,
quería que tocara mi rostro,
que me abriera los ojos,
la boca,
pero la vida es una triste hormiga
que ha perdido una hoja.

Nadie pudo llegar a la altura de su muerte.
Nadie pudo cerrar sus ojos
porque eran diminutos como la arena.

Era un hombre diminuto
y solo yo pude verlo.

Rebeca Becerra (Tegucigalpa, Honduras, 1970). Es licenciada en letras con orientación en la literatura por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras ( ... LEER MÁS DEL AUTOR