El poema de Durrell y otros textos
EUCLID AVENUE
para Kirenia Legón, su calle.
Euclid Avenue
separa
mi casa
de la casa del deseo:
los muchachos
-traídos acaso por el verano-
van y vienen
para que yo comprenda
la fugacidad de las cosas.
Cada vez que salgo a la calle, pienso:
los muchachos,
el deseo,
la fugacidad de las cosas.
EL POEMA DE DURRELL
Era el poema de Durrell
y no era el poema de Durrell
y los campos florecían
bajo la lluvia de otoño.
En el patio un pájaro
tocaba la muerte con su pico.
Yo me desnudaba. Hubo cuerpos
sagrados como lámparas.
En la quietud del aire, en el olor
de esos cuerpos,
sentía la felicidad.
El poema llegaba después. Las palabras.
El sonido que acompañan las palabras,
llegaba después.
MI MADRE PINTA UN CUADRO DE FLORES AMARILLAS
Pinta un cuadro de flores amarillas –flores que no pertenecen a ninguna estirpe, falsas flores de campos imprecisos, flores de resurrección- y yo siento el perfume en el cuarto. Miro su mano y recuerdo: hace años pintó otros cuadros. Aquella postal de invierno, aquel retrato ¿Dónde estarán ahora? Hoy me acerco y la miro: su mano traza perfiles delicados: el color desaparece, cambia, no es el color sino la mutación de un color lo que me fascina. Mi madre apenas levanta la vista; solo pinta un cuadro de flores amarillas. Yves Bonnefoy, se pregunta, en El Territorio Interior, ¿qué habría traído esa profundidad sino el aumento del enigma? ¿Qué habría traído mi madre, pienso yo, a esa profundidad que solo ella consigue si no la de alcanzar un tiempo, una abstracción, una forma que, obcecada en el silencio, no produce más que otro silencio, cerril, escasamente necesario? Pintar un cuadro de flores amarillas, ¿qué significa? ¿Qué lugar es un cuadro de flores amarillas y para qué se pinta?
EL RETO
La distancia entre la rata y yo es mínima. Ella mira la casa desde su pequeñez; yo miro la casa desde mi grandeza. Presos de qué espacios, pensamos los dos; presos de qué trampa, vivimos. La situación se extiende por minutos. La rata se cansa de que nada suceda; yo me canso de lo mismo. La casa, imagino, no podrá con tanta inacción, tanta quietud insostenible. Se supone que entre la rata y yo se establezca un diálogo, una guerra, algo. Pero nada sucede: mentes inferiores desafiándose, somos eso, en el silencio.
BREVE TRATADO JAPONÉS
En el nó, el traje cubre con demasiada austeridad gran parte del cuerpo. Los hilos de oro y plata despiden brevísimos destellos. Solo el rostro y las manos y una parte del cuello logran enseñarse un poco. Cuando vimos al actor demostrar que era una doncella, quizás la más hermosa de todas, tan delicada y lenta que si limitaba sus movimientos parecía una estatua empujada por el viento, pensamos en la seducción como un abismo.
BOOKS & BOOKS, LINCOLN ROAD
La imagen es otra, adolece. El cambio de estación apenas se advierte. Leía Invisible de Paul Auster cuando entraste al recinto: yo sentado y los libros, muchos libros, el olor del papel y de la tinta y nada más. Entre Rudolf Born, Adam Walker y ella, estaba yo como un testigo absurdo, de paso. Las páginas se sucedían; pensaba en el impulso, en el deseo del impulso, esa materialidad con que se forman las cosas. Invisible y yo, nada más; luego entraste. Vuelve el deseo. Invisible. Invisible. Leo algunas palabras pero la imagen regresa: tú vas de libro en libro, tus dedos rozan las cubiertas luminosas, el papel que guarda todo un mundo en otro idioma. En algún instante Born insinúa que el muchacho debería estar con su amante, con la amante de Born. Yo quiero estar en el mundo del libro, ser un personaje más, decirle a Born que el muchacho puede estar con su amante, con la chica francesa. No son los ciclos del amor, sino del deseo. Todo sucede como en el libro, pero al final estamos él y yo mirándonos despacio, sin lenguaje. Pienso en los límites de la devastación, en la lluvia que afuera cae, en las pocas palabras que el muchacho habla sin yo entenderlo; miro su piel blanca, sus ojos y mis ojos se encuentran en el vacío del aire. No hay triunfo; no lo habrá. Es una imagen, sólo eso, me digo. Antes de irse, sus ojos volvieron a mirarme. Sentí la inutilidad y la idea de pertenecer sólo a un recuerdo momentáneo, a la ausencia de todo y de las palabras.
DE STALKER O NOSTALGIA A OTRAS MITOLOGÍAS DE REINA MARÍA RODRÍGUEZ
Ni siquiera eres capaz de pensar en abstracciones.
Andrei Tarkovsky
Cuando entraba en el sueño alguien tocaba para mí una canción de amor. La balalaika olía a pino o abedul. Todo es posible en el sueño menos el olor de las maderas. Recordé tus “Otras mitologías” y aquel poema donde mencionas el instrumento ruso. Cuando la canción termina, ya soy un personaje de Tarkovsky. En Stalker un niño susurra: “hubo un terremoto” y no sé si soy el hombre en el suelo o la hierba verde gris que resiste, inconmovible, bajo el brazo del hombre. Cuando entraba, alguien tocaba para mí una canción de amor. La balalaika olía a pino o abedul. Pronto seré el hombre que lleva, al final de Nostalgia, el cirio encendido hasta el muro, y el niño de rubios cabellos que busca, en un instante, los ojos de la mujer, y seré también la casa y los árboles oscuros y el perro y el charco en esa inmovilidad que duele. Sé que no soy capaz de pensar en abstracciones, repetiré antes que la nieve caiga y me despierte.