Luis Benítez

La tarde del elefante

 

 

 

 

LA TARDE DEL ELEFANTE

 

A mi amigo, el poeta Nicholas Stix,
en donde sea que esté.

 

¿recuerdas, nick, la tarde del elefante?

tú estabas abrumado por el enésimo rechazo

que esa mujer casada madre ya de cuatro hijos

te había propinado por teléfono

lo único que te daba desde hacía

entonces once años

al menos

cuando era soltera te lo decía en la cara

y estabas irritado de veras enojado

porque llegué una hora tarde

y te dejé solo en la enorme nueva york

por otra hora más entregado a ti mismo

ni mi taxi ni mis disculpas calmaron

tu rabia anglosajona

decías sólo se está solo en las grandes ciudades

¿te acuerdas, nickie, de la tarde del elefante?

muchas lluvias y nieves y pisadas

de zapatos italianos y de zapatos deportivos

pasaron por esa esquina del village

pero ella no ha olvidado todavía la tarde del elefante

tú me sermoneabas en tu álgido inglés

sin darte cuenta de que yo también estaba derrumbado

 

y entonces esa enorme sombra

 

hablabas del tedio de las ciudades

del aburrimiento amarillo que se pone

al oeste del puente de tu brooklin

y de las mujeres jóvenes que cruzan solas

y en ómnibus los laberintos sedosos de central park

rumbo a esos cuartos donde la calefacción les falla

 

y entonces esas pisadas majestuosas

 

hablabas de que no te habían incluido en esa antología

y decías que el marido de ella era calvo

ceceoso y que dibujaba historietas

el tonto de los cómics repetías

el tonto de los tebeos repetías

mientras la gente

siempre está alerta la gente

dejaba corriendo la acera

tumbaba las sillas

y olvidaba a los niños en su loca carrera

decías que la rutina es una vieja ciega

que mendiga monedas por bond street y por harlem

y que cada persona la recibe en su casa

 

entonces ese gordo la mole

se quedó parado cerca de nuestra mesa

en la esquina desierta mientras el cajero

temblando llamaba a la policía

 

cinco mil kilogramos de pacífica selva

aplastando el asfalto una inmensa epifanía gris

de cuatro metros de alto y esa trompa curiosa

con un dedo en la punta

que probaba las frutas de las mesas caídas

y revoleaba jugando los manteles manchados

 

aplastó en su huida de algún circo o del zoo

a esa vieja mendiga que a la gente oprimida

acongoja en su casa

nos miraba sin miedo como todas las cosas

que sonriendo repiten soy amigo del hombre

 

 

 

 

SU PEQUEÑO TIEMPO DETENIDO

 

el automóvil que lo mató

se alejó seguro de sí mismo

y ahora duerme su sueño de motor

en un desaliñado garaje del suburbio

 

mañana le limpiarán la sangre

antes de ir a trabajar

 

el criminal no duerme sin embargo:

discute con su esposa el tema de la renta

se ha olvidado por completo del gato

que hasta que llegó la tarde estaba hecho

de músculos y encanto

de sanguinaria agilidad y de silencio

 

ahora en la lejana calle

sólo está hecho de tiempo detenido

y lo buscan las hormigas

que caminan siempre

por un desierto infinito

donde el agua escasea

pero abunda la comida

 

ese país escondido donde ponemos los pies

 

la calle sigue como siempre calle

como estuvo ayer como estaba

en la tarde de la muerte

como seguirá durante todos

los indefinidos mañanas

 

el cielo apenas más oscuro

apenas alguien solo

que cruza por la esquina

y de tanto en tanto otro automóvil

que busca algún ser vivo

 

sólo el gato cambió

o su mitad que es todo

lo que quedó en la acera

 

hoy que la muerte

ha capturado otro ratón

 

 

 

 

LA MOFETA DE JUAN CRISTÓBAL

 

era un niño cuando su camino se cruzó con el mío

y ya llevaba tozudamente prisionero

-sujetado siempre con una correa para perros-

aquel hermoso animal blanco y negro

al que naturalmente le daba un nombre ridículo

y decía sonriente que su padre

(un impúdico veterinario)

le había extirpado “las glándulas de veneno”

 

la mofeta de juan cristóbal

esa bestia amputada

en su traje de presidiario

mordisqueaba las rosas de todos los jardines

como si envidiara su perfume

y olía cuanto encontraba

tal vez buscando su propio

definitivo hedor perdido para siempre

 

era odiado por todos

ya que sus garras agudas destrozaban los canteros

y daban vuelta los ladrillos colocados ex profeso

para caminar por ellos atravesando las calles de tierra

cuando la lluvia inundaba los senderos del pueblo

 

ello solo y la mala prensa de ser una mofeta

bastan para convocar el odio de las multitudes

 

todos alguna vez fuimos la mofeta de juan cristóbal

inerme bola de pelos privada de toda arma

 

un granjero la mató a escopetazos

una tarde en que su dios el niño

dormía: despertó en un sueño

donde el animalito ya no existía

y me vio y lloró

no por el animal indefenso

sino por lo que su infancia había perdido

 

cría de otro animal más fuerte

que una mofeta indefensa

la culpaba sin saberlo

de haberle hecho daño

patas arriba junto a una cerca

que se llenaba de moscas

 

una definitiva maldad camina entre las cosas

 

 

 

 

EL EXTRAVAGANTE VIAJERO, RÍO ARRIBA

 

Entonces lo vi en el agua aceitosa,

regalo de la industria y del odio a lo vivo,

remontando río arriba la corriente:

el salmón imposible,

un monstruo musculoso

ornado de verdes y violetas,

de naranjas y rojos,

en la librea que sólo presta el deseo

a los ansiosos por reproducirlo a toda costa.

Insólito tornasol entre la basura

del río condenado,

como un hombre empecinado

en encontrar el camino que le diga

“soy tu vida”, un regalo

para la candidez empecinada en creer,

un estímulo para los músculos tensados

bajo las ásperas escamas,

una sobredosis de hormonas

inundando el cerebro diminuto.

Y esa boca abierta al deseo de respirar

todavía algo más de su último día,

guardaba la postrera sílaba

de aquellos que no se dejan vencer

ni por su propia idiotez

ni por las aristas de los muelles

donde nunca paran, donde jamás

por cosa alguna se detienen.

 

 

 

 

LA PREGUNTA

 

¿Y el ocaso rompiéndose en oro rojo,

inmutable, más allá de la historia de la poesía

de Oriente y de Occidente,

el ocaso de oro rojo,

inalcanzable, el rojo de un astro roto

fracturado contra el borde del mundo,

eso que es lo único y lo primero, en lo que veo?

Cuando, auténtico y entero,

acá, aunque se haya vuelto casi la noche,

acá en los versos lo requiero.

 

Luis Benítez El poeta, narrador y ensayista Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Ha recibido el título de Compagnon de la Po ... LEER MÁS DEL AUTOR