Huellas en la nieve
Pacífico
Este es el océano
que conoció tu padre
cuando soñaba
con un mundo sumergido
tras el cielo de plata y la bruma.
Este océano
me llevó y me trajo
entre sus encajes
cargados de arena y aire.
Aquí nací,
sobre esta tierra,
espina de dolor.
Aquí tallé mis pies
que se fueron
para encontrarte
en tierra de lluvia.
Pero este mismo océano
nos hizo amar
el alma de las cosas
que has descubierto
en tus primeras tardes
de sol.
Cosas que se aman
y se tocan y se huelen
como ese pino alto y seco
de nuestro jardín en otoño.
Ruit hora
Cuánto vivirás,
pequeño corazón,
reloj de mi propia ceniza,
para tocar las alas del mundo
mientras vuela sobre la aurora.
Por cuánto te quedarás en esta tierra,
por cuánto recordarás estos días
en que el mundo camina tras tus pasos
como un pequeño animal en ruinas,
y te mece como la madre de los vientos
lo hace con las palabras de aquellos que se han ido.
Quiero ver los ríos que se precipitan
hasta el pozo abierto de tus horas
y respirar el aire exhausto
que abandonarás
cuando se cierren los caminos para mí ya cerrados,
cuando vuelvan tus ojos a tocar mi rostro
tras tus párpados de azul transparencia.
No quiero estar lejos de los árboles a esa hora.
Quiero vivir,
vivir eternamente,
como el sabor oscuro
de los oscuros huesos de esta galaxia.
Y quiero presentir que la historia es solo
la fuga de una jauría que desea la vida,
y liberarse,
y vagar aquí,
en los abiertos bosques de los bosques.
La colina
Cuando sea inmortal
te llevaré a la verde colina
donde zumban y cantan
las abejas de la madera oscura.
Te dibujaré una noche
la flor divina del helecho,
sus aguas atesoradas y relucientes
como los dientes del sol de la mañana.
Te diré con calma
que aquí estaré hasta que despiertes.
Y luego me sentaré a contarte
la historia de por qué
la nieve ama al silencio
y por qué una fábula
es un espejo sin luna.
Un día como hoy
vine con los pies cansados
a tocar las puertas de este mundo.
Me viste salir,
pero no entrar.
Preparé el pan y el agua de ese día
y dije algo sobre el sueño de ser un insecto.
Leí tus primeras letras
apiladas en la esquina de la ventana.
Luego pensé que ya era tarde,
más tarde que ayer y que mañana.
Estabas tú mirándome las manos:
dijiste que querías sentir
la sombra de las nubes.
Entonces caminamos
entre el viento
que la tarde abandona
para que respiren
los seres que crecen
con la noche.
Cuando sea inmortal
iremos a la colina
en busca de abejas:
besaremos hormigas,
oleremos flores.
Acariciaremos hojas,
las secas y las húmedas.
Y descubriremos en el cielo
el paso de las aves
que se alejan del mundo
sin decirnos nada.
Fragilidad
Es un diamante herido
aquel que pende sobre la tierra:
fragmentos,
polvo,
astillado navío,
la fragilidad de todo cuanto veo.
El temor de ser
respira en el corazón de las rocas
y crea la vida
que hoy tenemos por vida.
Fragilidad,
diminuto fuego
que acaricia con suavidad
la piel de las aguas.
Todo está roto
como esa agua que se mueve
de molécula en molécula.
Como el espacio,
todo está roto desde siempre,
desde que el sol,
ese inmenso pájaro humeante,
se posó en la copa oscura
de un árbol.
Fragilidad,
eres el diamante que rueda
por colinas abandonadas,
por donde ningún elemento
ha querido rodar cuesta abajo.
A veces recuerdo que estoy vivo
y que estoy atento a las horas,
al paso preciso del día a la noche,
y de la noche al amor,
y del amor a los labios del aire
que susurra el destino de lo que veo.
Desde este fragmento de vida,
desde esta astilla,
prueba de la rotura de todo,
abro una a una
las hojas de ese árbol
para leer el paso detenido del agua.
Con ella se van los fósiles del mundo,
las arterias de la vida cuyo cuerpo
se deja morir para renacer.
Leo esas hojas
como a un espejo
y siento que la fragilidad se detiene
en lo verde y en lo abierto.
Y se duerme como una niña
abrazada al viento tibio,
a las aves que nadan entre las nubes.
Abrazada a la luz que la luna oculta
bajo la piel de los ríos que alguna vez
fueron mares y desiertos.
Huellas en la nieve
Cuando se acabe todo,
la tierra,
el océano,
el río que se está secando
y el cielo que cruje sediento,
buscaremos las huellas
que dejamos en la nieve
para conservar allí
nuestras almas.
El frío las encenderá,
las hará incandescentes.
Los lobos vendrán por ellas
en una noche como esta.
Nosotros estaremos
para entonces
lejos de ahí.
Despertaremos
en el espacio vacío y luminoso
que las estrellas
han creado para nosotros
cuando el cielo
también se acabe.
Los lobos
volverán cansados a sus madrigueras
con el hambre infinita de la nieve.
-De Especies (Granada: Valparaíso, 2022).