Pedazos de instantes
ARTE POÉTICO
Para escribir un poema
primero se barajan las palabras
-se toman las abstractas-
y se ponen en rima de futuro.
Después se acercan los conceptos imposibles
y se entremezclan
con algún recuerdo de la infancia.
Se buscan tal vez tres sustantivos
y una media palada –bien batida-
de ese desodorante: muerte.
La receta hasta aquí sale inconclusa,
no tanto amarga como triste.
Es bueno entonces, cinco lunas de sol
y una espuma de mar.
(Si no se tienen estos elementos
basta con leer unas páginas
de algún poeta que escriba en otro idioma).
Si en la bodega hay alma
siempre es bueno su aroma.
En este instante deben venir los adjetivos más concretos,
por ejemplo: amor, duda o sueño.
En un frasco hay que tener listas las esdrújulas
y en otro, los caminos que nunca recorrimos.
Es mejor guardar para el final
la crema de afeitar, el infinito y la justicia.
PEDAZOS DE INSTANTES
Me agradan los números impares.
Las mujeres que llevan algo de puerto en la mirada.
Los partidos de fútbol donde se anota un tanto desde lejos.
Me agrada conocer algún camino nuevo.
Abrir un armario y encontrar esas cosas
ya marchitas de tiempo y de polvo selladas.
Me gusta oír la risa de Quevedo, un soneto de Lope.
Conan Doyle después, con su misterio…
Me gusta el ajedrez y lo imposible
que un juego se repita exacto otra vez.
(Me conmueve la juventud y la vejez).
Me gustan las cosas absurdas y sencillas,
Las del Hidalgo y las del Escudero.
Me agrada ver la muerte disfrazada de vida
y la vida en el hombre y el hombre sin saber.
Me agrada oír esos discos ya viejos
-un piano de Lara o un tango de Gardel-
y después escuchar otra música apenas como Liszt o Beethoven,
cuando todo lo invade en silencio la noche
y las notas son sombras de una luz por nacer.
Me agradan esos pueblos que por años no cambian
y el dintel es el mismo a la par que la iglesia
y los árboles tienen ya sus ramas cansadas de mirar a la plaza
y de mirar llover.
Me agradan las preguntas que no tienen respuesta,
las orillas sin nombre,
el recuerdo que vuelve o esperar un porqué.
Esos signos sin forma o la forma precisa,
lo que inventa el deseo, los Manriques sin río
o las alas que vuelan deslizando su ruta un lejano después.
Esos pueblos lejanos, como libros sagrados
que tocamos y vemos casi siempre pensando
que es la última vez…
A UNA VIEJA PUERTA
Esa puerta de rejas y vidriera
que me ha visto pasar años y años
tan llena a su pretil de limosneros,
de soledad y cáscaras y espera.
Sosteniendo cinturas por la noche
o guarnecidas en su sombra apenas
tenues caricias de otros labios,
queda, arañando despacio por sus bordes
-cicatrices de manos contra el viento
y candado de luz a su madera-.
Me da silencio recorrer su espacio
y repetir en mi camisa el tiempo.
Me he llenado de canas en su gonce
y de tanto lo mismo, tanta acera
para llegar a traspasar la puerta
que en sus solapas me abotono viejo.
De todo el edificio en que trabajo
sólo esta puerta me conoce en algo,
tal vez por ser el límite del aire
que entre papeles se respira lento.
Obligado a sentirla como parte
de un prólogo que a ser nos aventura
como herrumbre de ilusión duele en la sangre
el constante reloj entre sus dedos.
La he visto sin afán sus párpados cerrados
que pareciera meditar recuerdos.
Con su espontáneo suceder abierto,
siempre a los pasos cotidiana vía,
siempre sus brazos estarán dispuestos
aunque no pueda traspasarla un día…
YO SÉ QUE HAY MUCHAS CASAS
Yo sé que hay muchas casas
sostenidas al aire en la pregunta.
Y adentro un hombre a una mujer la sueña.
Yo sé que hay muchas casas
donde se vive, se maldice y reza
sin descubrir el sobresalto y la miseria.
Y hay paredes de ilusión donde se apuesta
que estar enamorado es breve ausencia.
Hay casas de recuerdo y de leyenda.
A veces simples puertas entre la angustia y la faena.
Yo sé que hay muchas casas que se llevan
al brazo recostadas,
pero en ninguna comprendí el silencio
de un árbol fuerte antes de ser madera,
pero ninguna me habitó tan hondo
como esa que buscaba un frágil niño
hundida entre su cara y su tiniebla.
Yo sé que hay muchas casas
más altas apenas que la yerba.
UNA HORA CUALQUIERA
Saliendo con los pasos
y el sombrero en la mano.
No teniendo cigarros, ni llaves,
ni el color amarillo.
Con un deseo de romper el número cinco.
O matar un lagarto.
O decir un cariño.
Con un deseo de furia escrita en el cielo,
y en la noche evocada
y en las horas vencidas de un posible silencio.
Con un árbol clavado en medio pecho,
una hora cualquiera,
con el reloj de dios como un ladrillo
cegando mi ojo izquierdo.
Una hora cualquiera, en el camino,
cruzó el olvido su recuerdo.
LEJANÍA
Después. Cuando el lirio cayó y fue silencio
oloroso desvelo de la tierra.
Cuando pasó de nube el viento quiso
unirse al ruiseñor, al ángel miedo
de tu cintura apenas, y no había
en el país dormido sobra alguna.
Después. Cuando volvió lejana aurora
de otro valle, sucediendo y mojado
su crepúsculo intacto de claveles,
a tu lluvia empezó mi lenta furia
de campanas. Después,
cuando el silencio fue tu pelo blanco
y la palabra tierra oyó tu voz y el agua.
Hubo olor de gaviotas y delgadas
tormentas de bondad hundiéronse albas.
Después sentí mi corazón borrar la ausencia.
LÍMITES
La selva es soledad.
El hambre frío.
A brazo va el cuchillo como un niño
descubriendo el rastro de la aurora.
Las piedras con su brújula de sitios.
Espinas y semillas. Sorpresivas
penumbras sollozadas de algún río,
y el verde siempre atrás, y el verde en grito.
El verde es el color de su latido.
Mi tierra es de raíces y de trillos
y se alza hasta las nubes
envuelta entre sus árboles desnudos.
Y apenas es de luna
su lámpara de sueño que se inclina
en páginas de junco y de secreto
cuando cubre la noche su retiro
entre garzas y peces sorprendidos.
Mi tierra es como un prólogo de mares.
Casi enfrente del cielo,
a dos metros apenas del olvido.
Con dos solapas verdes
como un libro,
como un inmenso libro inédito y perdido.
EDADES
Entonces nos besamos a venganza
(como queriendo herir la lluvia
que golpeaba encima del silencio)
Tu cintura se me acercó tan lenta
que las miradas rebotaban en las paredes
buscando la salida de tu cuerpo.
Entonces yo diría:
Tuve un encuentro con mis manos
para arrancar instantes y sorpresas.
Estar así, si me destrozo, cabe
el alma entre la carne y viceversa
o dios dentro de Dios
o el trópico en el aire (sin importancia)
Entonces pude saber la edad
en el aniversario de la sangre.
MUJERES SIMPLES
Mujeres simples
con el estómago hundido en el cigarro
y la falda cayendo como noche
que regocija aun su juventud.
Después de mano en mano
casi un objeto necesario para clavar
la vaciedad de algún transeúnte
en la permanencia de su sexo.
Saberlas sin preguntar su causa
o el origen instantáneo de su labio.
No besarles un seno
pensando encontrar el camino en la soledad del recuerdo.
Nunca abandonadas a su camastro
o tal vez, las que de luz todavía en la mirada,
supieron de una brisa mejor en sus caderas.
Aun adolescentes,
por un destino más de capricho que de suerte,
y como arranca una ave el vuelo
al otro lado del crepúsculo,
había sed en las orillas de su cuerpo
-intacta dureza que recorrió la mano de un silencio-
y fue de alas la emoción de encontrar
un vendaval al gesto, una respuesta a la entrega urgente
de contar sin números las primeras cifras del amor.
Después viene el camino,
un voltear la esperanza por saber el final.
Y el propio amor encarcelado a la voluntad del regreso.
Ya los puertos no tienen noticia de mar
y la taberna esconde su árbol
para romper el vaso del secreto.
Inmunizado el corazón
palpita en humo la canción de la vida.
Solo en ese instante hay comunión de signos.
Por su piel las horas dejan minutos de contorno
y posibles niños mueren en el luto de la noche.
Ya no poder querer castiga tanto
que la sonrisa apenas es un signo
donde no se puede esconder el resto del vacío.
Sin embargo, en el desfile de puertas
el paso conoce su cansancio
y se agradece maldecir con la alegría de un beso.
Y hasta parece que en sus labios
-un dios herido-
rifa la burla de los actos.
¿A DÓNDE, CÉSAR…?
Ontológico gesto estrafalario
con su bocina a medio corazón
y las pijamas en un rincón del cuarto.
Que me quito el pellejo a duras penas
y me quedo desnudo con la voz.
Porque siento Peyriet que ya me caigo,
que se me cae la luna en la razón.
Porque me muero, Peyriet, a poco plazo
como decía Juana Vázquez en trinchera,
porque no estoy aquí, ni allá.
Allá, con el dedo te señalo
lo obtuso, lo colérico, lo blando,
lo que en línea espermática me mata.
Y persigo horas
y aceitunas de pan
y jueves amarillos.
Yo, con mi lagarto te lo digo:
que no puedo. Y ni siquiera
con mi sortija casarme provinciano
y voluntariamente contarte
todas las estrellas que navegáronse
por mis noches de tajamar y mulata
idílica y casi angelical.
Porque ya de fracaso me entusiasmo,
que casi yo, palabras
me diptongan cocinadas.
Si esa mujer me llamara la sustancia
y enterrara su beso
y me diera un cabello
para colgar el sol y la bondad.
Semántico pensar y combinar
la dulce armonía, como si fuera oír.
Como si fuera lo blanco con lo negro
y el verde resistido.
Como si fuera andar.
Como si fuera que llegamos
y abrazados decirnos eso
de que el amor, y bueno.
Peyriet, se me enfermó la nuca, y todos soplan
y oyen desde el balcón decir:
La vida pasa.
Como si fuera que pasa, así,
tan suavemente y por dentro
torrenciales desnudos me desbocan.
Como si fuera que nunca a mi angustiado
esperar las seis de la mañana
para decirle al transeúnte:
apunte ese accidente.
Porque Peyriet, de vida atascado
y la piel con el reloj en años
y el libro igual con su hombre allá dentro.
Beatífico sudor de la ceniza
y el indio a medio lado
y casi por legalizar la salud.
Me sobra soledad y gente
que se acomoda gratis y yo pagando.
Sin contraseña vivo. Que esto
de abotonarse o descubrir microbios
es casi humano, y sirve posiblemente
para llegar al puerto y estornudarnos.
Que dicen ser como se dice nada
y hasta la luz se puede ir
que nos tocamos.
Porque también hay reglas y números
y el alma llega izquierda de mirarnos.
Porque comprarse un abandono
al cambiar por pañuelos mis dos ojos
y digo: sí, o digo algo.
Que ganas de alquitrán ponerme debo
y sucumbir despacio a padre pobre
(Tú bien sabes Vallejo que estoy solo
como estuviste en Málaga y que quiero
comerme en compañero las palabras).
Algo oí que decías desde lejos
y lejanizo sol abrió su cerco,
peruanísimo hombre hombremente
tu universal palenque bizantino
en socrático mar a sangre y peso,
pero sin tachar color no puedo.
Cubanísimo grito tus esqueletos.
Tú sí que sabes estar muerto
y vives de la cólera tuya contra el hueso,
español de tu tilde
y te quedaste manco en aguacero.
Peyriet, se nos murió Vallejo y Federico.
Ahora qué nos queda…
resucitar a Pablo, el vivo, vivo…
Preguntarle a Quevedo por su Luis
(su entrañable enemigo paralelo).
En fin, si el Arcipreste quiere
o Bécquer ya no roba golondrinas…
Peyriet, ya descalzaron la palabra,
la mataron de letra, de cariño…
ya se fue con Vallejo,
y San Juan de la Cruz no entendería
en Garcilaso de Lope su secreto.
Peyriet, Don Miguel está recogiendo su Quijote,
se lo está llevando poco a poco
y el otro Don Miguel lo deja,
hundido entre su niebla de cristiano.
Me pongo un cementerio
y hago esquina entre novelas y recuerdos.
Ahora que estaba todo fácil
se muere el hombre, su retrato,
todavía con su bala
y su anillo.
Y me dicen
que Amrstrong y Aldrin
se fueron a conocer la pupila de la luna.
Así, sin avisar, a conocer
lo lejos conocido por Rubén.
Si ya de alzar el adjetivo
se me cae la sustancia en doble cero.
Y tuve cinco hijos
y admiré discusiones
sobre la plástica
y el ballet…
Y no puedo tomarme mi jarabe.
Ahora, con la rima en céntimo
y la pereza redonda
como naranja
en día domingo
y con mujer inédita
sin preguntar.
Y debo ser justo,
y en las competencias
decir adiós a los grillos de Machado.
Noble olor a silencio rebotado
y occidente de pan
a mujer buena
y llena de sus senos
y sus piernas
y caminando en Lima por mi lado.
Ahora que no hay perros
y los pobres gozan su esperanza
y todos con su boina y su catálogo
y a buen decir de todos que hagan algo
o salgan hasta el campo
con bizcocho. O vivir de nuevo algún rato.
Pero sin botar la pared.
Peyriet, te voy a hablar de un parque
con sus raíces saliéndose a la calle,
los árboles de entonces, cuando mirar el sol
era apenas delantal de una muchacha.
Cuando darse la mano o fumar, era así como adelantarse a las solapas
o saberse de memoria las esquinas
por donde iba a pasar nuestra alegría.
Francamente con años que estrenar
y de intenciones la camisa ancha… “Andina y dulce Rita”
como árbol, como hoja.
Y cómo hablar después,
si al mar volví
y en ratos me dejaba tirado de palmeras
y entonces a sentir el verde crudo
y el blanco con su sal
y casi digo, allá, por el decir
que pasaron los trenes y otros puertos
pero entonces, ya de hombre, ya para qué el recuerdo.
Si tenía en mis manos el silencio
y el corazón y ganas de inventar el agua
tal vez la soledad
y todo lo de César, sus miserias,
sus Atilas y ponte el cuerpo…
Y se fueron abriendo los caminos
y ya decir adiós costaba,
porque muchos creían que “Dios estuvo enfermo”
y nos iba separando de la playa…
Así después entre los libros
y al hombro de tungsteno
y en todo caso empezaban a morirse los ejemplos
y tan ligero dar la vuelta resultaba
que le pusieron título a la patria
y letras al billar,
y Pedro Rojas también tuvo sus canas.
En el periódico las guerras,
y cápsulas baratas
y “Padre polvo que subes de España”.
Con ganas de volverme a mis costillas.
Mira Peyriet, mira tu sombra…
(o cuál era tu nombre?)
Así, vuelve. No ves que dicen…
Después un solo signo basta…
(“César Vallejo ha muerto, le pegaban”
y ahora “la soledad, la lluvia, los caminos”
escriben su zapato en las palabras.)