Años después
(Traducción al español de Emilio Coco)
CONCIERTO EN EL JARDÍN
A estas horas
riegan los jardines en toda Europa.
Un ronco torbellino de salpicaduras
reúne a los niños guerreros,
retumba en sonidos de aguas
hasta este banco en la sombra.
Abanica a los niños que combaten
en el jardín, se arremolina;
sonido suspendido en gotas
instante
te reflejas en el verde sombrío;
torpedos blancos y rojos
estallan en el asfalto del Avus,
los trenes corren hacia el sureste
entre campos de rosas.
Desde este banco en la sombra
escucho los gruñidos de la bomba de agua:
en ritmos de gotas
mi tiempo se armoniza.
Ya silban los trenes al llegar.
Se ha ahogado en el calor
el concierto de la vida que varía
en extremas girándulas de agua.
LAS MANOS
Estas manos tuyas en defensa de ti:
me hacen sombra en la cara.
Cuando lentas las entreabres, allí enfrente
la ciudad es aquel arco de fuego.
Sobre el sueño futuro
serán persianas rayadas de sol
y habré perdido para siempre
aquel sabor a tierra y a viento
cuando volverás a tomarlas.
TERRAZA
Imprevista nos coge la tarde.
Ya no sabes
dónde el lago termina;
tan solo un murmullo
roza nuestra vida
debajo de una terraza pénsil.
Estamos todos suspendidos
a un tácito evento esta tarde
en aquel radio de torpedero
que nos escruta, luego gira y se va.
AÑOS DESPUÉS
La espléndida delirante lluvia se ha calmado,
nos besa con las raras y últimas gotas.
Al volver al aire libre
me están cerca amor y amistad.
Y aquel murmullo, que hasta hace poco imploraba
desde el oscuro porche,
brama a mis espaldas, irrumpe desde mi pasado:
serán rostros inalterados, consabidos,
de aire viejo ahora en ellos cuajado.
¿También los nuestros, entre aquellos de antaño?
Entonces te ruego, no te vuelvas amor
y tú quédate y defiéndenos, amistad.
EN MÍ TU RECUERDO
En mí tu recuerdo es un tan solo
un crujido de velocípedos que van
quietamente allá donde la altura
del mediodía desciende
hacia el más brillante véspero
entre verjas y casas
y melancólicos declives
de ventanas abiertas al verano.
Lejos de mí, tan sólo
dura un lamento de trenes,
de almas que se van.
Y allá, ligera te vas en el viento,
te pierdes en la tarde.
CIUDAD DE NOCHE
Inquieto en el tren militar
que te roza tan lentamente
me tiendo a tus luces siniestras
en el suspiro de los árboles.
Mientras tú duermes y quizá
alguien muere en las altas habitaciones
y tú te alejas con un rostro
detrás de cada ventana ‒tú misma
un rostro, un rostro solo
que para siempre se cierra.
DIMITRIOS
A la tienda se acerca
el pequeño enemigo
Dimitrios y me sorprende,
un tenue chillido de pájaro
en el cristal del mediodía.
No tuerce la boca pura
la gracia que pide pan,
no se empaña de llanto
la mirada que el hambre y el miedo
atenúa en el cielo de la infancia.
Está ya muy lejos,
agudo remolino
que se anula en el bochorno,
Dimitrios, por páramos avaros
creíble apenas, apenas
un vivo sobresalto
de mí, de mi vida
vacilante en el mar.
Ya no sabe nada, vuela con sus altas alas,
el primer caído de bruces en la playa normanda.
Por eso alguien esta noche
me tocaba el hombro murmurando
que rezara por Europa
mientras la Nueva Armada
se presentaba en la costa de Francia.
Le contesté en sueños: Es el viento,
el viento que hace músicas extrañas.
Pero si tú fueras verdaderamente
el primer caído de bruces en la playa normanda,
reza tú, si puedes; yo estoy muerto
en la guerra y en la paz.
Esta es ahora la música:
la de las tiendas que chocan contra los postes.
No es música de ángeles, es mi
única música, y me basta.
FIJEZA
Desde mí hasta aquella sombra en vilo entre río y mar
sólo una franja de existencia
a contraluz desde la desembocadura.
Aquel hombre.
Remienda redes, vuelve a pintar un casco.
Cosas que yo no sé hacer. Nombrarlas apenas.
Desde mí hasta él nada más: una fijeza.
Todo lo que excede se va a otro lugar. O se apaga.