Lección de Cordillera
A Salvador Allende,
el fuego devorando,
el sueño cantando.
El pueblo va a hacer el resto.
ES DE ESPERAR, DE SUPONER
Después, siempre es después, mejor que nunca,
en fin después de todo y casi nada,
ahora (es de esperar, de suponer)
ya todos aprendimos.
El gesto rojo erguido, cómo es lindo,
la boca brasa boca llamarada,
esa enseña y su ardor, la multitud,
su estruendo en la alameda iluminada,
la intención generosa, aunque tan ciega,
de tener ahora lo que está aún tan lejos.
El corazón palpita, poderoso,
la mano cree que puede abrir el sol.
Ahora, es de esperar, de suponer,
ya todos aprendimos que no basta.
Puede ser muy hermoso, mas no basta
para que la ancha rosa se edifique
y permanezca erguida allí en su amor.
Ya de antes lo sabías, viejo hermano,
ya de antes tú sabías que no basta,
tú, a quien dejamos en el fuego inválido,
y hoy muerdes el silencio,
en el destierro del mar.
Último día del año siniestro, las aguas del Tigre brillando.
LA TERMITA EN LOS PUNTALES
Del modo como van las cosas,
aquí por estos campos de la lluvia,
donde comparto el vino y la esperanza
con los campesinos araucanos
cuyos antepasados fundaron, con sangre
y tambores, la verdad de esta tierra
-puede ser que se levante un arcoíris.
Creo que aún es posible.
Pero va a depender de los tantos
que, de milagro, un día reunidos
(aunque jamás unidos de verdad)
trajeran para el campo sus discordias
que se arrastran por los caminos húmedos.
El latifundio unido y decidido
a todo y ya sabiendo lo preciso
para impedir que el pájaro palpite
en la estrella del canto libertado.
Mientras los que llegaron, yo entre ellos,
con la verdad desde el asfalto a dar
rumo único a los siervos de esta tierra
(mas cada cual dueño del propio atajo),
se desatan del lazo generoso,
tal vez mal amarrado, y dejan
que la discordia deshilache la fibra
del manto rústico bajo la lluvia.
Creo (escribo en el centro de la desunión)
que aún se puede alzar un arcoíris.
Mas también puede ser que las termitas
corroan los puntales de la casa
que es necesario edificar.
Allá en mis campos, en lo que es el mismo
el dolor, cuando la lluvia socava
el fatigado suelo, todos dicen
que un día, un día ha de caer la casa.
1971, en los campos de Cautín.
LO QUE ME ESPANTÓ
No fue la multitud yéndose a casa
(nosotros en el medio, enmascarando el miedo),
piernas pesadas, la cabeza baja,
según las órdenes del enemigo.
Eran obreros, hombres y mujeres.
Eran hombres de todas las edades,
subiendo silenciosos la Gran Avenida.
Ningún estruendo, ningún brazo erguido.
Ni la organización perfecta del enemigo,
la puntería espantosa de sus aviones,
el rigor implacable de su odio.
Ni la ingenuidad de los que atendieron
al turbio y baboso llamado
de la monstruosidad humana
repetido por radio.
Pues creyeron en la idiosincrasia,
y se entregaron de buen grado al reino
las tinieblas y el crujir de dientes,
donde hasta hoy, con excepción de aquellos que murieron,
aprenden todos los escalones del escarnio.
Lo que me espantó fue el asombro
que de súbito, desorbitado,
faltando el aire, el suelo huyendo,
vi erguirse en la mirada, en el techo jadeante,
en las manos que no se encontraban,
de aquel compañero
marinero de tanto mar,
cuando comprendió,
después de tanto creer amando,
que las barricadas, los grupos de combate,
los cordones de miles, la vanguardia de fuego
no iban a llegar, no iban a alzarse, no,
y que los planes y proyectos de resistencia
(escurríanse brasas de sus lágrimas)
eran planes y proyectos de palabras.
Santiago, octubre de 1973
CANCIÓN VIVA PARA VÍCTOR JARA
La vida erguida en canción
la verdad entera aclara,
Víctor Jara.
Un sol abre el corazón
del obrero: es tu canción,
Víctor Jara.
Con tu canto el campesino
mejor la tierra trabaja,
Víctor Jara.
Y cuando el alba se alzaba
en contra de la opresión,
Víctor Jara,
de la sombra la traición
salió con su hedionda cara,
Víctor Jara,
acallando tu guitarra.
Feroz de hiel y opresión,
cree que mató la verdad
cuando tu mano cortó,
cree que acalló la mañana
que en el mundo se prepara,
Víctor Jara.
Seguirás vivo en la vida
buscando hermano cantando
y entregando claridad,
como rosa que se abre,
como fusil que dispara,
Víctor Jara.
Chile, 1973
ERA EL MEJOR
Murió mi compañero. Era el mejor.
Los pájaros amaba. (Lo recuerdo
imitando los cánticos alados.)
Más amaba los niños, una fiesta
cuando llegaba: él inventaba historias
de gente de verdad, luego reía,
cristal canción, un pájaro en exilio.
Le gustaba comer como quien canta,
sabía de sazones, el salmón—
de roca que él asaba con cilantro,
le daba toda explicación del mar.
Miraba tenso, tierno, deslumbrado,
la cintura morena que él amaba
pero nunca abrazó, o era de él,
y que él no pretendía, pero amaba.
Pasaba madrugadas aprendiendo
cosas de vida y muerte de allá lejos,
de nuestro suelo amado de la infancia,
donde fue devorado. Mas sabía
que la verdad no vive en los manuales.
Trabajaba en la construcción de barcos
y de esperanzas hechas de granito
y rocío también. Confiaba sobre
todo en el poder de los oprimidos.
Cuando decía “la clase”, esta palabra
ya no era palabra, era canción,
la propia historia de la injusticia humana
que, en su boca, la vida resumía.
Sabía que pequeña era su parte
en la reconstrucción de la alborada,
pero entero se daba. “Un día vuelvo,}
y no quiero errar más”, solía decir.
Una vez me llamó para una casa
ayudar a construir: la piedra, el barro,
el martillo y el triángulo, en sus manos,
no eran otra cosa que herramientas
de las que él se valía para ser
compañero del hombre. Era un bueno.
Riendo hacia las cosas, pero un día
amaneció llorando, como un hombre.
No quiero recordar momentos ásperos
que atravesamos juntos, pero en todos
de él la fuerza gané para mejor
hacer lo que debía.
Se llevó
en el pecho un secreto que al instante
de despedirnos le entregué. Va a ser,
sí, va a ser muy difícil encontrar
otra frente capaz de compartir
una verdad (y un precio) que será
un día flor de la vida verdadera
que el compañero muerto llevó siempre
callado y solo, dolor y bandera.
1974, Buenos Aires
-De Poesía
Edición y Traducción
Colección La Honda, Casa de las Américas, Cuba