Íntimo desarraigo
Lecciones de español para brasileños
a Wilson Alves-Bezerra
Río gagueo raspa cal encarnada para hacer lengua
le digo r le digo g le digo ll le digo
y gladiolo llave
al transcurrir martes
lesionado
un paisaje
cubre escobas de lluvia
y luego Soledad en Zitarrosa
pronuncia Becho
porque orquesta
efluvio de eses sin salida
sin ayer sesean
aspiran solitarias
sílabas venezolanas
porque Becho ínterin solo es hijo
como lumbre
un laberíntico pronombre
Becho
lecciones palatales para darse abrigo
tenues tarareados idos
orquesta carga brota
rota
yo lo nudo audible
y le auguro águila alma
de alas que suben por sus piernas
falsos masculinos
macilentas señales
extraño está y la orquesta no sirve
no tiene más que un solo violín que le duele
porque Becho pronuncia
santificados muros de susurros
y ya no puede escribir entre puertas
porque amar y cantar eso cuesta
a Becho labio y ludo
en rincones españoles
de extranjeros
él alga aljibe
usted habla
ella lastra
tú carraspeas
nosotros
bagajes
ingenieros
colores
profesores
somos
casa yo
cuando pienso
en ese húmedo
triste
sonido
Nudo audible
a los que buscan las monedas
Sol Magdaleno, oro bilabiado en escaleno pasadizo:
contemplo en señas lastras este obsceno, la ilesa borboja
de un odre cunaguaro, errático mermado
clavado hasta diría por culpa de mi espejo.
Vasca salió la espalda brazada tras brazada,
por ti, Sol mutado, festejo de mulatos, Arcano Magdaleno:
un renacuajo trajo tal recado, páramo líber,
cismático a una entrada nutrida del bronqueo.
Sol acústico, madre savia luchadora,
siempre vienen los Arqueros de horas fantasmas a decir:
atraviesa lo mudo audible álimo; en la pétrea de la barca,
llámate Ulises en São Branco, solo así podrás,
sonoro señuelo, pescar, abrir, ventana por ventana cada día.
Súbito vendrá lo esquivo, Sol térreo, monástico zamuro;
echada yace la chicharra de su piel cuando la barro,
Magdaleno es lo que siento, ¿eres tú el callado,
talado documento como hueso?
Ventilan vacantes áridas no, bolsillos vacíos no,
Magdaleno Sol, acacia en líneas jubiladas de vigilias:
islas placentan, grumos que murmuran.
Cómo seguirte terreno, pasearte alrededor
de pórticos hincados en chamba,
palanca partida que cruza entre hospitales vestida.
Es como si pudieras, Sol, ser tres veces dueño de un duelo.
Malabario abecedario, tordo tárdico, simetría del peñasco,
luces escuetas lavan cualquier losa;
ándate alabastro, carga la maleta empinada en la muñeca.
Una hija, Magdaleno, una rueca hallada por calles,
túneles pasajeros, ahí donde vas con los idos,
todos ríos, por vestir un plato en actos.
Corral, corso, coral, esta vida: ir de lo invisible a ningún lugar.
Mis formas hornas, gnomas como avenas,
eran, son, la primera parte de la huella. No coartada,
no menguada, bífida serpentina, Sol,
campo, indescifrable piar, mugir mordaz,
ser, acaso, silencio al ras de outro lugar.
La piedra anfibia en la boca de quien canta,
sí, anfibia verba de la horda que le arena la branquia.
Borrado por ser albo, sentado en sí mismo,
igual al agua en ilha allá. Extracto por barcar lo que no existe,
tambalea el ojo que le borra todo sueño, ya no dueño, sino
esmero por mandar a un individuo a la frontera
que le lleva una moneda a la señora, y con ella abre esta boca
de mi tierra; rielo, estirado Sol sincero, y heme
ahí, con la pata trabada en una curva por cruzar.
Cemitério Santo Antônio de Pádua
a Daniel Buitrago
Los polímeros más que instantes, partículas, pálpitos: el cementerio de São Branco. Este indómito decir cuando me acuesto con la boca abierta, cansado de esas caminatas. Caminar, caminar, caminar. Así íbamos los dos, agujerados por el viento nocturno; viendo, sorprendidos, las tumbas alrededor de las paredes derrumbadas, vestigios de remotos años relamiéndose las pulgas como un perro. Así íbamos los dos: adornos de los viejos siglos del cementerio municipal. Media hora de ida, media hora de vuelta. Y en las esquinas un respiro, leve, aturdido por las sombras.
Abre bien la jeta, remador:
Ábrela bien para que te quepa la cilíndrica expectación del recorrido. Al fondo, la captación fotosintética de los mustios movimientos que masticas al callar, porque todo va doblándose en la piel, entrando como plegarias al pecho de una hormiga. Ah, los instantes mineros, microrganismos del tiempo que lo rasgan. Yo soy ese, sí, el que sigue cada remo; ahora rema un poco más, las anclas desaparecen forjadas de hierro, son desiertas liturgias del hablar: solo tú, el mar de asfalto y este, tu paranoico amigo, navegan la ciudad en vela. Pausa: no apenas la poblada arsénica de los escribidores para te hagas artesano. No, es más histérica la intención del flanco, porque en la entrada del cementerio hay dos árboles grandes, como nacidos de las tumbas. Porque en la entrada del cementerio nadie se detiene, solo ustedes. Yo creo que seré plusvalía de aves una tarde. Y yo una mirada al final del río, un párpado asfixiado por el resplandor del sol: piedras radiantes, peces lunares, arbustos morenos han de amarme como dejé de ser y seré. Yo nunca moriré. Yo siempre moriré. Yo estoy muerto de mí. El cementerio de São Branco en presurosos pasos, la aceleración conjunta de dos masas articuladas a través de romances parlas que salen de la plétora marina: sus fondos fulmínales, andinos castellanos castigados para decir: estoy vivo, estoy caminando como canto curvo-espacial; en la próxima esquina suenan las perinolas, los ramplones marihuanos obstáculos; todos son mentira, los conjura: son usura; los limpia de crisálidas y con su uña de tigre el rabino los desaparece, por eso escribe aquí sanado del cementerio de São Branco, por eso disloca al remador y lo detiene frente a un santuario sublime de imágenes: para que reme —le explica con inmensa claridad— y con su amigo termine de cruzar la calle entre aullidos. Y usando odiseas puede dentarlo al vientre del verdor: Ulises en São Branco, coro de portulínguas menesolanas, vallenatas si aparecen las ballenas por el miedo a ese lugar; las psíquicas sombras de las rejas hasta el padre abren cada grieta: pasaportes, notas inútiles, días despedidos. Y ahí va con su amigo, el perseguido, solo son —repite conmigo— países asesinos. Háblale al mar: Ulises en São Branco, las tumbas de los peces como arenas vacías, como aceras recorridas para algún día retornar.
Tres veces Tarso, o el íntimo desarraigo[1]
a Diana Junkes
Íntimo desabrigo
daqui ouço a voz dos seus talheres inúteis
seu colchão em que afundo a cabeça que já não me serve
chinelos sapatos passam sapatos chinelos pousam
daqui corto os pulsos em suas tesouras cegas
de suas facas a ferrugem escorre como lava como larvas
de pregos faço o castelo em que vai deitar minha hora
os calendários todos que a água podre funde à pedra
as pedras tortas que desaguam nos calendários podres
os dias todos que as pedras podres rasgam do calendário
o céu de concreto o sal dos afetos o mal o mar de asfalto
é sob eles é sobre eles é deles que tento falar mas não
mas não falo a língua gira em sua sopa rala em sua vala
o zíper de sua mochila oca o caco de seu copo tosco
os tocos de sua voz a foz da minha fala nela desaba
onde guardei minha história onde morei até ontem
Tarso de Melo, Íntimo desabrigo (2017)
Desabrigo íntimo
desde aquí oigo la voz de sus cubiertos inútiles
su colchón en que hundo la cabeza que ya no me sirve
sandalias zapatos pasan zapatos sandalias posan
desde aquí corto los pulsos en sus tijeras ciegas
de sus cuchillos escurre la herrumbre como lava como larvas
de cabillas hago el castillo en que se acuesta mi hora
los calendarios todos que el agua podrida funde a la piedra
las piedras torcidas que desembocan en los calendarios podridos
los días todos que las piedras podridas rasgan del calendario
el cielo de concreto la sal de los afectos el mal el mar de asfalto
es bajo ellos es sobre ellos es de ellos que intento hablar pero no
pero no hablo lengua gira en su sopa insípida en su zanja
el cierre de su mochila ahueca el trasto de su vaso tosco
los tocones de su voz el desagüe de mi habla en ella diluvia
donde guardé mi historia donde viví hasta ayer
Íntimo desarraigo
Desarraigo abismal, desde aquí oigo la canturria
de chicharras, el tenedor que hunde cabeza en plato brusco,
zapatea, zapatea, posa como sangre,
corta el pulso, y no dejes que me vaya,
desde aquí velo tal objeto; tu tijera,
yo diría que es mi muela hasta este suelo,
de su afilado gris corroe
solitaria una huella, y de ella,
castillos se acuestan a las cuatro,
a las cinco todos blancos;
tras sus puertas calendarios aguas brumas van,
tras sus cuerdas funde una piedra esta anfibia
turbia, caléndula concreta que desgaja
el cielo afuera, el mar en mi tejido,
quijada, hueso por la sal,
es en ella, sobre ella, para ella,
que peces y algas pretenden hablar:
pero no, no hablan lengua espuma,
solo zanjas revueltas en sonidos hoscos,
huecos que cierro con arpones tras mis barcas,
desagües de São Branco,
solo pido que no diluvie más,
que mi historia como hiedra
ínfima en la perla algo guarde.
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Nota
[1] Este texto es un ejercicio de transcreación hecho en dos versiones a partir del poema “Íntimo desabrigo”, del poeta brasileño Tarso de Melo, cuyo libro homónimo fue publicado en el año 2017 por Dobradura Editorial y Alpharrabio Edições.